UN DESALOJO QUE DIO FRUTOS

May 25, 2009 at 5:08 pm (En las calles de Bogotá) (, , , , )

Hace 30 años la Avenida Chile entre la Caracas y la carrera 11 era el lugar preferido para los bogotanos para comprar flores. En lo que hoy en día es el separador de las avenidas que conducen de oriente a occidente y viceversa existían más de 15 puestos en donde los enamorados, despechados o dolientes adquirían un arreglo floral. 

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 Por Diego Bonilla

Uno de los detalles mas sencillos pero concretos para manifestar un sentimiento son las flores, tradición que ha existido desde cientos de años atrás. En la calle 68 y 69 con avenida caracas funcionan más de 40 puestos de venta de arreglos florales. Es una zona que de un día para otro se convirtió en un lugar en donde se consiguen todo tipo de flores, incluso de exportación. En la actualidad se conoce como la calle de las flores, incluso la estación de transmilenio que funciona en este sector de llama flores. Es una cuadra donde una entra a otra dimensión, donde solo se ven arreglos florales para una bonita ocasión hasta coronas fúnebres para despedir un ser querido. 

La ubicación de estos puestos en este sector fue por casualidad, la mayoría por no decir todos los que trabajan allí es por tradición familiar. “hace 30 años mis papas tenían el mismo negocio pero en la 72 casi con 15”. Y es que en esa época en este sector nadie se imagino que iban a ocupar toda una cuadra para venta de flores. Por una decisión del distrito los vendedores de estos arreglos fueron desalojados de la avenida chile. “para mi mamá fue muy duro cuando paso eso, porque era el trabajo de ella y el sustento para nosotros”. De un momento para otro fueron sacados de ese lugar sin ninguna explicación y lo único que les dijeron fue que no podían seguir con sus negocios sobre hoy en día esa importante avenida del sector financiero. 

Con el desespero del sustento diario algunos de los vendedores de esa época empezaron a buscar el sitio ideal para seguir con sus ventas. Con el paso del tiempo se fueron ubicando poco a poco en lo que hoy es la calle de las flores. “hace 28 años llegamos aquí. Fue por mis papas que consiguieron ubicarse acá”. Y es que como todo colombiano que nunca se vara por nada, a un individuo se le ocurrió que este podría ser el sitio adecuado para los vendedores. “un señor que toda la vida ha trabajado con flores decidió que el sitio para volver a ubicar a todos los vendedores fuera este”. De ahí en adelante con el ingenio de este hombre empezó a crecer el sector más grande de venta de flores. “Poco a poco se fueron construyendo los localitos, y se empezaron arrendar. Hasta que esto se convirtió en un sitio exclusivo para nosotros porque aquí no se vende nada mas”.

Los locales son pequeños, pero ideales para el trabajo de ellos que es lo que les da para sobrevivir. “acá estamos mejor que en cualquier otro lado porque estamos seguros, nadie nos molesta y a pesar que hay mucha competencia cada uno tiene su clientela y no hay peleas. Para que vamos a necesitar mas espacio” dice Nayibe Nieto, propietaria de uno de los cuantos negocios existentes y que desde niña trabaja con flores porque ha sido el negocio de su familia. Ella es la encargada de contar un poco la historia de la transición de la calle 72 a la calle 68. Nayibe describe que en la preparación de un ramo se puede demorar hasta una hora, dependiendo del tamaño y la cantidad y tipo de flor que el cliente quiera. “se consiguen arreglos desde 15 mil hasta 300 mil pesos”. Y cualquier persona se escandalizaría al escuchar esta cifra, pero en una floristería cualquiera lejos de este sector los precios van desde 40 hasta 450 mil pesos. Desde aquí empieza a haber una diferencia muy grande. “es que en otros lados tiene que ser más caro porque el arriendo es mas costoso, acá el uno paga poquito y vende barato, pero son las mismas flores” explica. 

Estos comerciantes consiguen su instrumento de trabajo en los cultivos de la sabana de Bogotá, el mismo sitio donde las compran las grandes floristerías y que a veces venden el mismo producto que en las flores por el doble de precio. Y cuando se habla del doble se incluye hasta el domicilio. En la floristería San Diego un arreglo con una docena rosas vale 50 mil pesos, en las flores 25.000. se comparo el precio del domicilio y la diferencia es exagerada. Desde la calle 68 con caracas hasta el portal del norte ubicado en la calle 170 San Diego cobra 25 mil pesos adicionales al precio del ramo, es decir 75 mil pesos. En la calle de las flores por esta misma distancia se cobran 10 mil pesos por el domicilio, es decir  35.000 pesos el mismo arreglo con l misma docena de rosas. 

“Yo hago los domicilios en mi moto, desde hace 15 años y es un trabajo que me agrada” cuenta Gabriel Maldonado, trabajador de del lugar quien lleva los arreglos a su destino. Y es que tiene porque agradarle su trabajo, es el encargado de entregar las flores y la vez tiene que aguantar las miles de reacciones de quien las recibe. “hermano acá se ve de todo, hay viejas locas que se atacan a llorar de la felicidad, otras que dicen dígale a ese tal por cual que no mande nada que no quiero saber de él, otras lo abrazan a uno como si el que les diera el regalo fuera uno y cosas así. Gabriel tiene aproximadamente 40 años, es un hombre delgado y de una estatura de un 1 metro con 80 cm.  Todos los días llega a las 8 de la mañana en su moto de marca Yamaha dispuesto a entregar los domicilios del día. “una vez me toco aguantarme una escena de dos maricas que se empezaron a besar. Eso fue en el barrio colina campestre, llegue al apartamento habían dos tipos y cuando abrió la puerta uno de ellos me recibió el regalo. Desde un principio se me hizo raro porque las flores iban sin tarjeta y sin nombre a quien entregárselas, solo dieron la dirección y dijeron que ahí siempre había alguien. Lo que uno siempre piensa es que son pa una vieja pero no. Yo no me di cuenta y detrás mió venia un tipo que cuando entregue el ramo se le lanzo a quien lo recibió diciéndole que feliz cumpleaños, y ahí fue cuando este par de maricas se empezaron a besar. Yo salí de ahí pero asustado. No es la primera vez que me tocaba llevar flores de un hombre para otro pero nunca había visto una escena así”. Dice Gabriel con mucho desparpajo. 

En la calle de las flores el día comienza a las ocho de la mañana. Hacen limpieza de las calles y luego sacan a exhibir las flores para la venta del día. “ lo que hicieron con el desalojo de la 72 fue un favor, acá estamos mucho mejor y para los clientes también es muy bueno. Por lo que hablo con mis papas y ellos ven que de vez en cuando vienen a mirar mi negocio me dicen que es mucho mejor acá”. Cuenta Nayibe. Al lugar acude gente de toda clase social, llegan personas en vehículos lujosos y otras a pie, pero todas con la misma intención.

Comprar un arreglo para pedir disculpas, un cumpleaños, aniversarios fiestas de 15 años, Etc. “ las mejores épocas acá son el día de la mujer, el de la madre, amor y amistad y en diciembre los grados, aunque en el resto del año uno no se puede quejar si no que en estas fechas se ve la abundancia del dinero” afirma Nayibe. Flores

Viendo esta calle, con tanta diversidad de colores y olores provenientes de las flores obligatoriamente se remonta el pensamiento a los miles de sentimientos que puede expresar un arreglo floral. Y darse cuenta con la alegría e ilusión que llega cada comprador es motivador porque quieren expresar con un detalle mínimo y muy económico lo que no pueden decir con palabras. Encargan sus sentimientos a personas como Nayibe y Gabriel que son los encargados de hacer perfecto el trabajo para que las flores cumplan su misión. 

De las tantas decisiones que ha tomado el distrito equivocadas y otras posiblemente acertadas, esta de haber desalojado hace unos años a los vendedores de flores de donde estaban ha sido la mejor, ya que se ve la alegría y entusiasmo con que hacen el trabajo en estas cuadras y a pesar que mucha gente no conoce este lugar o simplemente lo tildan de ser un sitio barato como dice Nayibe, ellos esperan seguir viviendo de lo único que  saben hacer. Transmitir sentimientos de extraños que confían en las manos de los que trabajan allí y convierten esos sentimientos en arreglos florales.

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Un tiquete al pasado

May 15, 2009 at 2:12 am (Crónicas) (, , , , , , )

Por Ana María Cuartas Peña.

 Un viejo ferrocarril oxidado se alcanzaba ver en el fondo de la Estación de la Sabana. Desde una reja negra, que va de la calle 13 hasta la carrera 18, el esperaba impacientemente. La mañana era clara y todo estaba en completo silencio. A las 8 y 13 minutos de este domingo, no se oía nada; ni el tradicional sonido del tren, ni bullicio de decenas de personas esperándolo. Aún era muy temprano.

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A las ocho y treinta, el guardia de la Estación se acercó y le indicó seguir, junto a siete perso

nas más que esperaban en la reja.

– Señor, ¿usted sabe a qué horas arranca el tren?, preguntó al guardia.

– Por ahí en 5 minutos, contestó.

– ¿Puedo pasar ya a la Estación?, preguntó.

– Claro, siga. ¿Ya tiene los tiquetes?, dijo.

– Si, aquí los llevo.

 Cuando pisó el suelo de la Estación, Don Tulio tuvo inmediatamente una regresión al pasado. Imaginó la algarabía hace más de 60 años, cuando la Estación era el sitio más representativo del desarrollo comercial de Santa Fe. Al interior de ella, huele a historia. Pues a pesar de las remodelaciones que se le han hecho, ella aún conserva la esencia de vieja terminal. Sus colores y matices guardan un toque melancólico, el mismo que hoy le imprimen algunos de sus visitantes: viejos pensionados que aún recuerdan con nostalgia los viajes que realizaron en décadas pasadas.

Según cuentan algunos, la Estación fue ubicada en la calle 13 por considerarla la “puerta de oro de la ciudad”, pues esta vía permitía el acceso a diferentes puntos del país. En sus vagones, el tren cargaba pasajeros, abarrotes y mercancías provenientes de diferentes partes de la nación y del mundo.

La Estación del Tren de la Sabana comenzó a construirse en 1913, durante el gobierno de Carlos Restrepo, y fue inaugurada el 20 de julio de 1917. El edificio diseñado por el arquitecto Mariano Santamaría, tuvo un costo de $750 mil pesos oro en su época. Para sus visitantes, como Don Tulio son de especial interés arquitectónico la fachada rematada por una talla en piedra del escudo nacional, y el amplio vestíbulo, situado frente a las puertas de acceso. Actualmente es la sede de la Superintendencia de Puertos y Transporte, adscrita al Ministerio de Transporte.

“Era apasionante escuchar el sonido del tren”, asegura Don Tulio, mientras espera a un clásico autoferro diesel de los años 50, que lo llevará a Zipaquirá, junto con su esposa y sus dos nietos. Han comprado 4 tiquetes, dos a $32.000 pesos y otros a $19.000. El trayecto que incluye paradas en Usaquén, La Caro, Cajicá y Zipaquirá tiene como fundamento, un domingo en familia. Don Tulio es un hombre que vive del pasado, para él, “recordar es vivir”, por eso destina parte de su pensión cada mes para compartir junto a los suyos, su gran pasión: el tranvía.

Imagen 7 – ¿Qué lo que más recuerda de aquellos tiempos?, le pregunto.

– El paisaje muy hermoso y la gente muy cálida, afirma mientras me mira.

Desde hace unos años, la empresa Turistren Ltda tiene la concesión del servicio. Semanalmente organizan viajes para instituciones educativas y turistas, los sábados, domingos y festivos. Los tiquetes deben ser adquiridos con algunos días de anticipación en la calle 110 con carrera decima, para disfrutar recorrido de 53 kilómetros por la sabana. El viaje lo ameniza una banda papayera; y en su interior los pasajeros pueden degustar de platos típicos como el tamal, chocolate, chorizos y arepas.

Mientras vamos dentro del vagón, don Tulio dice en tono sarcástico: “Que raro es ver gente joven como usted aquí. Ahora son los extranjeros, los que montan en tren”. Le molesta el abandono y la falta de identidad de sus conciudadanos. El es un cachaco de los de antes, de los que vestían sobreros y gabardinas, de los que aún recuerdan con pasión el Bogotazo y a quien le duele el olvido.

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La calle de la chicha

May 15, 2009 at 1:53 am (En las calles de Bogotá) (, , , , , , , , , , , , )

Por Ana María Cuartas.

La mejor chicha de Bogotá se consigue en el Barrio La Perseverancia, aseguran quienes la toman; y es que muy cerca a ese lugar, en la calle 32 con cuarta se celebra anualmente un evento llamado Festival de la Chicha, el Maíz, la Vida y la Dicha, el cual rinde homenaje a esta noble bebida ceremonial. La chicha, íntimamente relacionada con la clase obrera capitalina, contaba con 800 sitios de expendio para finales del siglo XIX. Considerada por algunos como la “bebida maldita” que enloquecía a quienes la tomaban y causante principal del levantamiento popular del Bogotazo en 1949, tuvo una larga prohibición por parte del Gobierno durante muchos años. Jorge Bejarano, ministro de higiene de la época, encontró en el evento del 9 de abril la excusa perfecta para agilizar la caída de esta tradición.

Hoy la llamada “calle de la chicha” es un lugar muy diferente. Los negocios plenamente organizados y certificados por la Secretaría de Salud del Distrito, se alejan de los tradicionales sitios de encuentro en la época de Gaitán. Las chicherías antihigiénicas, los negocios ruidosos, las cantinas de maldades donde se ejecutaban delitos, las mesas de juego desaparecen ante los ojos de sus vecinos. “La Perse”, conocido popularmente con ese nombre, es un barrio tranquilo entre semana. Abundan los negocios de fritanga, en donde se ofrecen variedades gastronómicas de la región cundiboyacence como el bofe, la jeta, la mazamorra chiquita, la chanfaina y el tradicional cocido boyacense. Por obvias razones, la chicha es la bebida infaltable, pues como símbolo histórico de identidad de los habitantes del sector, no representa para ellos únicamente la fuente de sus ingresos sino también un elemento profundamente arraigado a su cultura.

Doña Anunciación, me mira mientras se come un chorizo de maíz, y con la seguridad que le dan sus años, afirma que en repetidas ocasiones, Gaitán fue sorprendido “jugando tejo y tomando chicha por ahí”, y es que los 88 años reflejados en su mirada, dan testimonio de la historia de esta calle. Cuentan los vendedores del sector que los fines de semana, el agite es grande. Los turistas y visitantes asiduos pasar por sector buscando excentricidades como la chicha de durazno, la de borojó y la de arracacha. “Se ven personas de todo tipo”, asegura Doña María, mientras revuelve la olla donde está el elixir sagrado de los muiscas, que cada año reza por no desaparecer.

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UN PUEBLO ERRABUNDO EN LA CIUDAD

May 13, 2009 at 3:24 am (Crónicas) (, , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , )

Por Sergio Ricardo Peñaranda Castro

La tarima de madera retumba con los pasos de ocho gitanas que con vestidos largos de colores rojo, azul y verde, los hombros destapados, y cinturones de monedas que resuenan con el movimiento de sus caderas, bailan al ritmo de la música de su pueblo legendario.

Son las siete de la noche del seis de marzo y el auditorio Teresa Cuervo Borda no sólo está repleto de música. También de más de 250 personas que aplauden a las bailarinas y a una orquesta de once músicos de no más de veinte años (dos violinistas, dos flautistas, dos acordeonistas, un teclista, un guitarrista y un bajista) apoyados por cuatro coristas mujeres. Ellos interpretan odas al aire y a los campos, y a su amor por la libertad… por esa vida nómada que caracteriza a los gitanos y que los ha traído a Colombia desde la época colonial. 

Dalila Gómez, una gitana de 35 años, cabello largo y negro, y de ojos pequeños pero mirada penetrante, encabeza la batalla por preservar su cultura. Ella pertenece al Proceso organizativo del pueblo Rom de Colombia (Prorom). Hoy lleva un vestido naranja adornado de flores, se ve algo nerviosa por el evento, y camina de lado a lado.

Los ancianos son muy respetados. Representan la sabiduría.

Los ancianos son muy respetados. Representan la sabiduría.

Afuera del auditorio Dalila regaña a un par de muchachos en rromanés, idioma de los gitanos, cercano al sánscrito de la India, país desde donde este pueblo se expandió por todo el mundo soñando libertad. En los tiempos de la conquista española pusieron sus pies en tierras latinoamericanas, y en la primera y segunda guerra mundial llegaron muchos más. Trajeron su música de panderetas y acordeones, el arte de leer las cartas y descifrar el futuro en la palma de la mano, y sus herramientas para hacer cacerolas, olletas y paelleras de aluminio, cobre y acero.

Pero las cosas han cambiado mucho. Las ciudades han crecido y la mayoría de gitanos han tenido que dejar su eterno peregrinaje. Antes de los 15 años Dalila recorría los municipios de Tolima, Cundinamarca, Córdoba y Antioquia, con sus padres Kolya y Alicia. Hoy vive en una casa de tres pisos en el barrio Bosque Popular. Aún así, practica un nomadismo mental, es decir, una forma de pensar sin ataduras. 

Las niñas desde pequeñas aprenden las danzas tradicionales.

Las niñas desde pequeñas aprenden las danzas tradicionales.

Estudió Ingeniería Industrial, lo que es extraño en una cultura en la que sus miembros no  suelen entrar a la educación formal, y hace tiempo que no practica la actividad tradicional de las mujeres: la lectura de la Buenaventura o quiromancia. A los 13 años, edad promedio en la que las gitanas se casan, le propusieron matrimonio, pero lo rechazó. “Los gitanos somos rebeldes, pero yo soy una rebelde entre las rebeldes”, sentencia.

Dalila explica que este evento busca rescatar un poco la cultura de los gitanos y visibilizarlos ante los gadyè (no gitanos) y reivindicar los derechos que tienen como minoría. 

Amé le Rom (Nosotros los gitanos), nombre del grupo musical que está tocando, interpreta el contradictorio sentimiento gitano de euforia y melancolía, que está presente en una misma canción. Los ritmos rápidos, de tonalidades agudas dadas por el violín y el acordeón recuerdan una polka rusa, e invitan a los pasos ágiles y a los movimientos de cadera acelerados de las bailarinas. Mientras que con los sonidos más graves, lentos, dados por el bajo y el rasgar de la guitarra evocan la tristeza de los gitanos.

En el aire resuena el estribillo en rromanés (con subtítulos en una pantalla detrás de la orquesta) de la canción Nosotros los gitanos y que resume esos sentimientos opuestos: “nos alegramos y reímos, y también nuestro corazón sufre desolación”.

Sólo las mujeres bailan. Los hombres tocan los instrumentos en la orquesta u observan desde el público. Tradicionalmente ellos se dedican al tratamiento de metales. Es el caso de Ricardo Gómez, más conocido por su nombre gitano Milane y  tío de Dalila, que tiene un taller llamado Yoska en la calle 66 con 18. Allí, en medio de un olor a azufre, este hombre de 65 años, nariz alargada y ojos rasgados, con la ayuda de sus hijos Troka y Boina, forja ollas y paelleras de cobre y aluminio.

En una mesa de Yosika hay candelabros, estatuitas y balanzas. Y en una pared del fondo hay un estante con una Biblia y una representación de la Última Cena en relieve. Ancestralmente los gitanos no tienen religión, pero hoy en día existen protestantes y católicos.  Aunque esto no los ata a nada, porque como dice Dalila, “la única religión del gitano es la libertad”.

Milane trabaja arduamente en su taller.

Milane trabaja arduamente en su taller.

Y esa es la única religión presente en las canciones que Amé le Rom canta en el auditorio. ¡Viajar por todos los confines lejos de mi tierra donde no haya guerras!, entonan las cuatro coristas con voces alegres en Se fue para el cielo, una canción rápida con aires de flamenco. Una de las mujeres que baila más animadamente las piezas es Lucero Lombana, una mujer de unos 33 años, cabello negro en corte de capul y de pómulos sobresalientes. Ella aún mantiene la tradición de la lectura de la Buenaventura.

Amor, dinero, salud, lo que todos queremos saber de nuestras vidas nos lo dice Lucero. “A usted le va a ir bien, va a tener el poder y el dinero que usted tanto quiere, ¿si me entiende?”, dice cuando las señales de la palma de su “cliente” se lo indican, y a cada frase que pronuncia la remata con un ¿si me entiende? Luego de la lectura pide algo de dinero. Según Dalila, a los gitanos no les importa mucho la plata, sino “sólo el medio para relacionarse con los  gadyè”.

En la última canción de Amé le Rom ninguna bailarina se hace presente. Sólo Tosa, un gitano de unos 40 años, calvo, de bigote en forma de candado, que canta con voz algo ronca: Tú a mí me enloqueciste, por tu gran cabellera, tus lindos ojos, tus lindos ojos. Sólo lo acompaña un suave sonido de pandereta. Al finalizar una ovación del público despide a la agrupación musical y varios de los asistentes se van tarareando alguna de las canciones de este pueblo legendario.

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